Comentario
En las artes plásticas del 1800 las obras de Canova y David fueron una referencia necesaria para la mayoría los autores noveles. La escultura de Antonio Canova (1757-1822) ejerció una autoridad ilimitada sobre toda una generación de artistas. Su fama atrajo la curiosidad de Napoleón -o más bien la de sus publicistas-, y este escultor de los papas se convirtió en representante artístico del Imperio. El distante rigor clasicista de su estatuaria fue un exponente bien acomodado en la parafernalia neorromana de la corte napoleónica. Su escultura monumental de Napoleón (1802-10), con sus versiones en bronce (Milán) y en mármol, es una muestra de su afanoso ideal antiguo: Bonaparte aparece, con los atributos del cetro y la Victoria, en un imponente desnudo propio de un César Augusto divinizado. Realizó después retratos de la emperatriz María Luisa, de la hermana de Napoleón Paulina Borghese -esta vez con la figuración propia de una Venus triunfante- y de otros miembros de la corte francesa. La escultura napoleónica, como la arquitectura, se nutrió de artistas maduros fuertemente enraizados en el clasicismo, aunque Canova representó su versión más severa. El italiano fue objeto de culto entre los nuevos artistas galos. Con todo, aunque no fue en Francia donde Canova encontró los ecos más sonoros, sí pudo escuchar allí los más sugestivos.